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Idilio de guerra y paz: amor entre dos exguerrilleros

Como una ruleta rusa


Agosto 29 de 2019

En la guerra el amor era como una ruleta rusa. Ahora es como un bocadillo de paz.

Alexander (Él). Fotos: Agenda Hoy.


Década de los 90. Luz Marina, 17 años. Alexander, 22. Él, guardia de Manuel Marulanda Vélez, comandante de la guerrilla de las Farc. Ella, enfermera de la selva. Ambos, guerrilleros. Enamorados.

Mientras Alexander seguía a la sombra de Marulanda —o Tirofijo—, Luz Marina fue asignada a una unidad móvil de combate y tuvo que dejar atrás, en la selva, aquel primer amor. Los romances en tiempos de guerra eran una ruleta rusa.

—Pegarse a una persona era muy difícil por los roles que allí se cumplían. Por ejemplo, yo era enfermera, me llevaban para allí, me llevaban para allá. Tuve un muchacho y durábamos hasta 6 u 8 meses sin vernos, qué es eso —sonríe mientras saca de una sartén una especie de tortilla, luego otra, una más, el resto hierve en el fogón. Prepara cancharinas, uno de los platillos que tragaban en la guerra, la comida de orden público. Es un amasijo de harina de trigo mezclada con agua de panela y sal. Una arepuela que recibo de manos del hombre que ahora la acompaña.

En medio de emboscadas, ires y venires, Luz Marina y Alexander se volvieron a cruzar. Él seguía siendo uno de los hombres de confianza de Tirofijo, y Luz Marina, a quien ya conocían como Yesenia —por su alias—, era la enfermera del Mono Jojoy, comandante del Bloque Oriental de la guerrilla. De ella se decía que era una de las mujeres del harén del Mono, como tituló la revista Semana en un artículo a finales de los 90.

—Siempre era el cuento de los comandantes, que las mujeres que los rodeaban eran las concubinas, pero cada una sabía el rol que cumplía. Yo era la enfermera —aclara Luz Marina, quien ahora sirve una taza de café. El grano, contaría después, se produce muy cerca del poblado fariano en el que nos encontramos y la empresa que lo comercia pertenece a la familia de Tirofijo. Es el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) La Guajira, en la vereda Buenavista de Mesetas (Meta), uno de los 24 que existen en todo el país y en los que 3.246 exguerrilleros de las Farc adelantan el proceso de reinserción a la vida civil.  

Luz Marina (Ella).


Su casa, en paredes de yeso (drywall) y tejas de hojalata (zinc), es una de las viviendas asignadas a los excombatientes. Son dos habitaciones unidas a través de una puerta. En el primer bloque fue instalada una humilde cocina de paredes roja y blanca en la que prepara las cancharinas, en el otro, unas camas y un gato que sale y entra. Lo llaman Lenin.

Pero el amor de Luz Marina y Alexander, en aquel primer reencuentro, ya era una víctima más del conflicto. Él se había entregado en romance a una de sus amigas, y ella conocería más tarde al papá de sus dos únicos hijos.

Pero la muerte y las esquirlas de la guerra marcarían sus destinos. Luz Marina fue capturada en un operativo de rescate de secuestrados, su marido engrosó la lista de desaparecidos y su amiga, la que terminó en idilio con su primer amor, murió en combate mientras ella, Luz Marina, pagaba cárcel luego de haber sido capturada en un operativo de rescate de secuestrados. Más tarde dio por muerto también a su primer amor. Alexander pensó lo mismo de ella.

Llegaron los acuerdos entre el Gobierno colombiano y las Farc. Ella había cumplido más de cinco años de cárcel y recibió el beneficio del nuevo sistema de justicia, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Quedó en libertad, recobró la patria potestad de los hijos que habían crecido con madres sustitutas y quiso unirse a los excombatientes en las zonas veredales de reintegración. Escogió el ETCR donde hoy nos encontramos comiendo cancharinas, tomando tinto y escuchando sus historias.

Diecinueve años habían pasado desde el primer reencuentro con Alexander, y en medio de ese campamento de exguerrilleros, como si la vida se empecinara en mantenerlos juntos, apareció el amor que le robó su primer beso. Era Alexander, y Alexander sigue ahí, ahora viven juntos, es el hombre que sirve otro plato de cancharinas, esas arepuelas de la guerra que saben y huelen tan rico como la paz.






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