El profesor que aprendió a tocar arpa a
oscuras
Agosto 22 de 2019
Es posible que la
razón por la cual David Unda fundó una academia de música haya sido porque
cuando su familia llegó al municipio de Arauca, proveniente de una finca
cercana que habían vendido por problemas de orden público, él iba todos los
días a la puerta de la Casa de la Cultura y ahí se quedaba, parado, viendo a
los alumnos que sí tenían carné y podían ingresar a clases.
Sus padres, Eligio
Unda y Nicolasa Carreño, disfrutaban la música e iban a los parrandos, pero no
pagaban el valor de la inscripción porque consideraban, en palabras del maestro
Unda, que “la música era para los vagos”.
Y entonces él se hacía amigo de los alumnos, lograba que lo invitaran a
sus casas a ensayar y terminaba por aprender arpa con ellos.
O tal vez el deseo
de enseñar naciera antes, en los días en que apenas lograba sacar algunas notas
en las arpas que sus hermanos elaboraban con madera del árbol yagrumo y cuerdas
de nylon de pescar.
Puede, incluso,
que la génesis de su academia fuera alguna de las noches en las que tenía que
ensayar casi con los ojos cerrados, porque las luces de la casa se apagaban a
las 7:00 p.m. por orden de don Eligio, su padre, y toda la claridad que David
podía permitirse era la que emanaba, desde afuera de la sala, de una lata en la
que se consumía un pedazo de trapo empapado en ACPM.
De cualquier modo,
y a pesar de los contratiempos, David Unda aprendió a tocar arpa, y en 1998,
junto con su esposa Teresita Pulgarín, que es cantante, fundó Arpa de Oro, una
academia de enseñanza instrumental y vocal por la que han pasado más de tres
mil estudiantes, pero que estuvo cerca de quedarse en un proyecto no realizado
porque al comienzo faltaba algo esencial: instrumentos.
Él tenía un arpa,
un cuatro y un salón de su casa, en el barrio La Coralina, donde todavía
funciona la academia en Villavicencio. Un amigo y vecino suyo, Héctor Julio
Sastre, le prestó otra arpa, otro cuatro y un par de maracas. Después, Unda
llamó a más amigos, y llegaron más arpas.
El rumor de que necesitaba
instrumentos para su academia se extendió hasta el punto de que un empresario
musical llamado Héctor Herrera llegó un día con seis arpas y le dijo: “Maestro,
le traigo esto, téngalas ahí, trabájelas, y cuando no las necesite me llama”.
“Me tocó llevar
arpas donde mi suegro, porque aquí no cabían”, recuerda Unda, quien ha
compuesto más de 300 temas que han sido interpretados por varios artistas.
A las primeras
clases llegaron tres niños, a los que todavía recuerda y de quienes ha
mantenido el rastro con tal exactitud que sabe cuáles fueron las carreras que
escogieron: el ingeniero Juan Carlos Martínez, el licenciado David Ramírez y el
empresario Hernán Danilo Sastre.
Ellos tres
participaron en los primeros concursos a los que se presentó la academia, y sus
buenos resultados se reflejaron en el aumento de estudiantes inscritos. “Ya
llegaron muchos niños, tocaba con cupos limitados”, recuerda el maestro.
La academia ha
llegado a tener hasta 120 alumnos. Actualmente, tiene alrededor de 60, y
algunos de ellos deben hacer muchos sacrificios para continuar con su proceso
de formación. Hay un estudiante en particular, Johan, que camina casi una hora
desde su casa en Kirpas hasta la sede en La Coralina, sin importar el sol o la
lluvia.
“Es muy bueno para
el cuatro, toca muy bien, de los mejores que tenemos”, lo halaga Unda.
En el concurso
Nuevos Valores del Folclor Llanero de este año, Arpa de Oro participó con 20
estudiantes en canto, de los cuales 18 eran voces nuevas, de niños y niñas que
nunca se habían subido a un escenario.
En el evento, la
academia ganó cinco galardones, que suman a los reconocimientos y premios que
ha cosechado a lo largo de 21 años.
“Yo creo que con
un 30 por ciento de talento es bueno, pero la constancia sí tiene que ser un ciento
por ciento. No se puede fallar, y ahí es donde está la clave porque hay padres
que descuidan esa parte”, afirma.
Otro aspecto a
tener en cuenta es el impacto emocional de presentarse ante un público. El
maestro Unda dice que en la preparación emocional se les dice a estudiantes y
padres que lo más importante es disfrutar la experiencia.
“Ellos se asustan,
hasta uno mismo se asusta, hay que animarlos porque a ellos se les puede caer
hasta el micrófono. Vamos a participar y es como si estuviéramos ensayando acá.
Si cogemos un premio es una cosa maravillosa, pero si no, no pasa nada”, añade.
Aun así, el
cofundador de la academia confiesa que ha llorado muchas veces al ver a sus
estudiantes demostrar sus habilidades artísticas en los eventos y competiciones
que están marcados en el calendario, y que van desde los concursos Nuevos
Valores del Folclor Llanero y Pa’lante Talento Llanero, en Villavicencio, hasta
el Castillanerito de Oro, en Castilla La Nueva; el Guayupe de Oro, en
Fuentedeoro, y el Cimarroncito de Oro, en Yopal.
Ese amor por el
folclor lo han transmitido el maestro Unda y su esposa, Teresita Pulgarín, a
sus dos nietos, pues el mayor, que hoy tiene 14 años, aprendió a tocar la
bandola y las maracas desde muy temprana edad, y su hermana, que tiene tres, ya
demuestra amor por el canto, el arpa y el cuatro.
Precisamente, es
la entrega de sus pupilos la que hace que la academia mantenga su prestigio.
“Eso es lo que lo motiva a uno a seguir. Eso es lo más bonito porque el proceso
es duro, transmitirle a un niño y a un joven el conocimiento es complejo,
porque es como si uno diera la energía y quedara como cuando se descarga una
pila”.
Pero todo pasa
rápido en cuanto los niños y niñas se suben a una tarima a tocar los
instrumentos o a cantar. Este año, por ejemplo, saldrá el tercer volumen de
Canto Al Amor, el álbum que reúne a los talentos más sobresalientes de la
academia interpretando temas compuestos por el maestro Unda, quien se enorgullece
al decir que, si hay diez personas en un salón, sus estudiantes saludan y se
despiden diez veces, pues un artista es, por encima de todo, una persona que se
debe hacer querer. Porque, como dice él
mismo, “el pueblo es el que hace al artista”.
Juan
Fernando Alzate Aguilera
j.f.alzateaguilera@gmail.com
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