La primera concesión, con beneficios a un privado, se firmó en 1915
Febrero 10 de 2021
La primera planta eléctrica de Villavicencio fue inaugurada
el 9 de abril de 1916, a orillas del caño Parrado, en el costado norte de la
Plaza Ricaurte, hoy Parque Infantil. Ese día también se hizo el acto de inaugurar
la Imprenta de San José, en el costado oriental de la plaza Sucre, ahora plaza
Los Libertadores.
Jorge Ricardo Vejarano, oriundo del Cauca, fue el
empresario que trajo la planta eléctrica, en sociedad con Francisco Arango.
Incluso, fue este último, en calidad de personero municipal, el individuo que solicitó
al Concejo de Villavicencio la concesión de privilegio para el establecimiento de
la planta eléctrica que proveería por primera vez a la ciudad del alumbrado
público y privado, la primera concesión a un privado hecha en la ciudad.
El acuerdo, publicado también en el periódico
Eco de Oriente, fue firmado 10 meses antes de la inauguración de la planta, el
10 de junio de 1915. Según el documento, el municipio exoneró durante
los cinco primeros años al contratista de todo gravamen ocasionado por la introducción
de los materiales y demás elementos destinados a la instalación de la empresa,
así como del impuesto a la producción y la venta de luz y energía.
Los empresarios tenían como obligación hacer funcionar la
planta con una capacidad mínima de energía suficiente para quinientos focos de
16 bujías de intensidad y a mantener el alumbrado todas las noches, desde las 6:30
de la tarde hasta las 6:00 de la mañana del siguiente día. Sin embargo, el
servicio era intermitente y empeoraba en el verano por la sequía del caño
Parrado, lugar en el que fue instalada la planta Peltón hidráulica, de origen
estadounidense. Además, los empresarios usaban la energía producida por la
máquina para el funcionamiento de una congeladora y de las piladoras de maíz, café
y arroz.
En el acuerdo se estableció que el permiso de
concesión se firmaría para un periodo de 25 años, con la posibilidad de prorrogar
el mismo o, en dado caso, comprar la empresa.
Un año y medio después de la inauguración de la planta, el
30 de noviembre de 1917, el Concejo de Villavicencio aprobó un nuevo acuerdo
para reglamentar los servicios de alumbrado, aseo y vigilancia en la ciudad y establecer
los respectivos impuestos.
Allí se estableció que el municipio seguiría tomando en arriendo
hasta 60 focos de luz, cada uno de 25 bujías, para distribuir entre las plazas
y las calles principales de la ciudad; que compraría un carro operado por una o
dos bestias de tiro, y que al conductor se le pagaría un sueldo de ocho pesos
oro, cada mes. Además, que se conformaría un grupo de serenos o celadores «de
hasta de cuatro unidades para vigilar la seguridad de las casas, almacenes,
tiendas y demás establecimientos industriales o comerciales».
También, se estableció el impuesto de alumbrado, aseo y
vigilancia, cuya tarifa se determinaría según la razón comercial del inmueble y
el costo de las casas. Con base en ello, los contribuyentes fueron clasificados
en seis grupos: los primeros pagarían un impuesto mensual de un peso oro,
mientras que los últimos, 10 centavos.
Para facilitar las funciones de la junta encargada de la
clasificación y del tesorero, se autorizó al Alcalde la facultad de contratar, según uno de los artículos del
acuerdo, «la
nomenclatura de la ciudad por calles, carreras, cuadras, enumeradas todas las
puertas que se encuentren en ellas con números distintos, escritos sobre
tablitas apropiadas, distribuyendo en una acera los números impares y los pares
en la acera opuesta, en fin, orientando dicha nomenclatura de una manera
conveniente, teniendo en cuenta, por ejemplo, los puntos hacia los cuales hay
facilidades para el ensanche y desarrollo de la localidad».
Según registros históricos, los problemas de energía, alumbrado
público y acueducto no han parado ni siquiera desde su instalación, como lo han
expresado diferentes villavicenses, entre ellos este hombre anónimo que publicó
su opinión en Eco de Oriente en 1918:
«Atraso
espantoso es el que sufrimos los de Villavicencio con la enfermedad crónica y
parece que incurable de la luz eléctrica.
«Entusiasmados
y llenos de fe en el bombillo, desarmamos ingratos, las lámparas y fuimos
arrinconando los candeleros. Además, imprevisión desastrosa, el petróleo y las
espermas no tuvieron partida en nuestros presupuestos domésticos.
«Ay! Cuan
caro pagamos nuestra infidelidad, pues con la neurosis de sr. dínamo hemos de
apelar a cualquier cosa: cebo, chungo o resina! Y además, el verano está a las
puertas!».
Andrés Molano Téllez
Agenda Hoy
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