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El hombre que salió de la indigencia para ayudar al habitante de calle

Salió de la oscuridad para ser la luz de otros

Agosto 24 de 2017

Esta es la historia de Elkin Zapata, un llanero que decidió cambiar su vida con el propósito ayudar a otros. Lo hace a través de la Corporación La Casa del Alfarero, en Villavicencio.

Elkin (der.), junto con uno de los habitantes de calle a quien ayuda.


Lo que comenzó con un encuentro de amigos, tertulia y copas,  terminó en una noche de bazuco, que le abrió las puertas de la indigencia a Elkin Zapata. Así vivió siete años en ese mundo de drogas antes de encontrar su misión en la vida: Servir al habitante de calle y a los menos favorecidos.

Elkin Zapata (rojo), junto con habitantes de calle que él ha ayudado, a través de La Casa del Alfarero.


Este hombre, nacido en Villavicencio, estudió psicología en la Universidad Católica e  ingeniería química en la Nacional, sin embargo, sus sueños de terminar y convertirse en científico se frustraron cuando se perdió en las drogas y deambuló en las calles; primero en Bogotá, luego, por cinco años, en el basurero del barrio Maizaro, en Villavicencio.

Cansado de la soledad, la indiferencia y la mala vida, decidió buscar a su familia, porque creyó que sería la solución para salir de su problema, pero, por el contrario, entendió que fue un obstáculo.

“La gente cree que el cambio se logra solo ofreciendo amor o  vivienda, y la familia no deja que asuma las consecuencias, porque le da pesar, entonces un adicto vive bien, pero sigue consumiendo”, explica Zapata.

Este es uno de los dormitorios de La Casa del Alfarero.


Durante el tiempo que pasó tratando de recuperar la vida que algún día tuvo, obligado por su familia y en ocasiones por voluntad propia, vivió en fundaciones, que se suponía ayudaban a adictos, pero que viéndolas más detenidamente, lo único que hacían era empeorar la situación hasta el punto de hacer que quienes pretendían tener una vida normal, recayeran, y esta vez, para no salir.

Cansado, triste y sin muchas esperanzas, pero con la intención de demostrar que sí era posible ayudarse a sí mismo y a los demás,  Elkin decide tener su propia corporación, denominada La Casa del Alfarero,  siendo fiel a la frase que lo define: ‘la felicidad no está en cuánto tengo, sino en cuánto sirvo’.

Sin dinero en sus bolsillos, pero con bastante ilusión, inicia la corporación en una casa del barrio  20 de Julio, en Villavicencio, que saca adelante con la venta de pan, producido por ellos mismos, incluso, reconoce que no era de la mejor calidad ni del mejor sabor, pero para ellos, sabía a esperanza.

En La Casa del Alfarero, el habitante de calle puede usar el servicio de baño.


Con apoyo de las donaciones y el espacio que se fue ganando en la sociedad llanera, desde el 29 de marzo de 2001, las puertas de la fundación nunca han sido cerradas, sin importar el día ni la situación en la que se presenten los habitantes de calle, porque siempre ha estado para servir.

Con 52 años, ha atendido miles de casos y muchos le han tocado el corazón. De su memoria no se borran los recuerdos de Julio, afectado por la tuberculosis, y de Manuel, a quienes recogió de las calles de la ciudad, moribundos, víctimas de la indiferencia de muchos.

Para él, el problema de los habitantes de calle no es que consuman droga, es el carácter con el que enfrentan esa situación para dejar atrás esa miserable vida. Pero todo esto no se logra en una casa de hermanitas de la caridad, agrega, sino en una comunidad con filosofía terapéutica y grupos cerrados de exadictos, donde aunque se cuenta con ayuda profesional, son dirigidos por personas ya certificadas como terapeutas, que en algún momento vivieron en situaciones similares, pero que han logrado convertirse en seres nuevos.

Entre los mismos habitantes de calle se cortan el pelo.


Ahora, instalados en una casa un poco más grande en el barrio San Gregorio, que consta de tres habitaciones, con aproximadamente once camarotes, una cocina, ocho baños y un patio, Elkin recibe diariamente a cientos de personas y les brinda alimentación, baño y un techo donde pasar la noche.

No todos deciden quedarse, algunos se van cuando consiguen algo de dinero que les genera ‘cólico’, como él describe esa sensación de consumir más droga. Sin embargo, regresan cuando aparecen el hambre y las necesidades.

Este hombre pasó de vivir en la calle a cocinar en La Casa del Alfarero.


Sin importar las veces que deba repetir el proceso, todos los días se levanta con la motivación de sacar adelante lo que ha construido, aunque en ocasiones sienta que no puede continuar. Entiende que la calle no es un lugar para vivir dignamente, sintiendo frío, hambre y rechazo, y menos, luego de haber tomado malas decisiones, que considera todos están a tiempo de remediar, pero solo quienes se lo proponen lo consiguen.



Carolina Clavijo Rojas
Agenda Hoy




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