Vida Nueva
Junio 5 de 2019
Carlos Alberto Mejía Castañeda rozó las puertas del infierno en la riqueza y
se gana el cielo en la miseria. De joven sació la lujuria de hombres a punta de
whisky y prostitutas, y de viejo calma el hambre de los ancianos sin techo que
llegan a diario al hogar geriátrico cristiano y comedor Vida Nueva, en el
popular barrio El Porvenir de Villavicencio.
A sus 76 años no se arrepiente de haber
mantenido durante cerca de quince años uno de los burdeles más cotizados de
Villavicencio, Las JJJ (las tres jotas), un espacio que no solo tocó fondo,
sino que cayó a un abismo de drogas y se consumió como una olla en un fogón de
perdición. La casa de citas del barrio El Porvenir sobrevivió a la promiscuidad
durante 15 primaveras, terminó en ruina y se convirtió durante los seis años
siguientes en expendio de drogas —erradicado por la policía— hasta terminar
desde hace 18 años, en el 2002, convertida en un pobre ancianato.
Hoy unos cuarenta abuelos
de la calle reciben el desayuno y el almuerzo, y veinte de ellos pasan la noche
en precarias condiciones. Ya no duermen en cartones sobre cajas viejas de
cervezas, como lo hicieron los primeros ancianos, pero sí en viejos y
remendados colchones. Se estima que en la ciudad hay 190 abuelos en centros de
protección, según datos de la Secretaría de Gestión Social y Participación
Ciudadana de Villavicencio.
Es difícil creer que Carlos Alberto Mejía,
quien se confunde en la miseria como un viejo más del ancianato y vive de la
caridad, llegó a tener 100 millones de pesos en el bolsillo, casas y carros, y se
congració con gobernantes en época de la bonanza cocalera, a
principios de los 80. Pasó de ser anfitrión de empresarios, narcos y políticos
a tenderle la mano a los abuelos, a pasar la página hacia una vida nueva, como
el nombre del hogar, aunque de vida poco tenga.
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