Vive en Villavicencio y calcula que tiene
más de 700 objetos del dibujo animado.
Ómar David Currea sostiene en sus manos la máscara con la que se 'convirtió' en Mickey Mouse
Desde los
12 años vive obsesionado con Mickey Mouse, su hogar en el barrio La Reliquia de
Villavicencio está repleto de baratijas con gran valor sentimental alusivas al
ratón. Viste ropa de la tira cómica, duerme con peluches y no hay un espacio de
su casa que no tenga alguna imagen de quien en un principio se llamó Miguelito.
Su afición es tan grande que llegó al extremo de ver el ratón en una marrana
que iba a ser llevada al matadero y hasta quiere cambiarse su nombre por
Mickey.
Él es Ómar David Currea, un bogotano nacido un 5 de
diciembre, paradójicamente el mismo día del nacimiento de Walter Disney,
el creador de Mickey. Llegó a Villavicencio hace cerca de tres años y sus
amigos ya lo llaman Mickey.
Cuando
fui a su encuentro, el hombre vestía una camiseta con el cuerpo de Mickey
Mouse, donde su cabeza venía siendo la del ratón. A su espalda, cargaba
una maleta con el estampado del personaje, su reloj tenía la imagen en el
interior, y en su piel se alcanzaba a ver el resto de uno de sus cinco
tatuajes. Todos, del dibujo animado.
Currea
vive en el segundo piso de una humilde casa, un apartamento en obra gris, donde
la humedad y el calor sofocan. El baño, el jabón, su cepillo, la cocina y hasta
los utensilios de la cocina tienen la imagen. Las pocas repisas están colmadas
de figuritas. Lleva un día organizando sus objetos, los acomoda en el suelo,
hay ropa, gorras, muñecos, cometas, álbumes, cobijas, fotos, coleccionables,
todos formando hileras. Los agrupó para contarlos y dice que hay más de
700.
De
pronto, alcanza con su mano una máscara, dice que es un réplica de aquella que
llevaba el día que se convirtió en Mickey. Tenía doce años, recuerda, y huía de
unos perros. Su trote y nerviosismo se aceleraron tanto, que el pequeño cayó en
una alcantarilla. Tragó agua y algunos residuos llegaron a sus pulmones. Era un
30 de octubre cuando regresó a casa, asustado y lavado. No le explicó nada a su
madre hasta que un día después, en Halloween, cuando tuvo una recaída. Esa
noche, fue llevado al médico, aún vestía el disfraz que su madre le había
puesto, el del ratón Mickey. El primero que lo llamó así fue su doctor,
"Esmeralda, se llamaba", recuerda. El pequeño fue diagnosticado con
una infección pulmonar y su tratamiento, agega, fue la penicilina, con la que
se volvió farmacodependiente.
Ya no le
importa que lo llamen loco. Quizá ha sufrido tanto que no le hace daño. Hay
dolores más fuertes, como la muerte de su hija, dos hermanos y su madre. La
fuerza la encuentra en el ratón. "Era un muñeco, atento y sencillo. Tenía
grandes amigos y luchaba en la vida, por Minie y contra Pedro. Mickey tiene sus
amigos, Donald, Pluto, Tribilín, Goofy, la vaca... Entonces son cosas que me
han motivado en la vida. Cuando a mí me pasa algo, Mickey siempre está ahí. Es
mi carma vivo", asegura.
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