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Tres años sin Silvia Aponte, la escritora que le dio vida al sapo Toribio

Silvia Aponte o el fuego perturbador
de una escritora cerrera

Agosto 28 de 2017

El escritor Jaime Fernández Molano nos comparte esta semblanza de la escritora araucana Silvia Aponte, en conmemoración del tercer aniversario de su fallecimiento. La autora del 'Sapo Toribio' y 'Las Guajibiadas' falleció el 31 de agosto de 2014 en Bogotá.



El ímpetu avasallador de una morenaza resuelta inauguraba el umbral de la puerta de la casa de Consuelo y Carlos Augusto, en la séptima etapa de la Esperanza (barrio de Villavicencio, Meta), todos los jueves, para iniciar las intensas reuniones, hace casi cuarenta años, donde nos encontrábamos con Manuel Acosta, Carlos Marín Herrera, Melco Fernández, Julio Daniel Chaparro, José Vicente Casadiego León, Francisco Piratova y Nelcy Jiménez, entre otros, y a las que asistíamos, como a un delicioso ritual, donde la protagonista era la palabra.

Esa mujer, esa morena de fuego perturbador en su espíritu, briosa como ninguna, volaba ya como potro desbocado por el inmenso horizonte ilímite que le bullía entre sus sueños de escritora cerrera.

Esa mujer, no era otra que nuestra Silvia Aponte, hasta entonces de Torres, para luego ser, simplemente de la Literatura.

Nacida en Puerto Rondón, Arauca, en 1938, hija de padre venezolano y madre colombiana, nuestra escritora cerrera vivió sus últimos cuarenta años en Villavicencio, y aquí escribió su obra entera, no obstante haber recorrido los llanos colombo-venezolanos con sus historias, sus libros y sus leyendas desde siempre.



Como en pocos casos en nuestra región, la vida y la obra de Silvia Aponte es algo que forma parte ya de la historia y la cultura llaneras. En las casas de la cultura y bibliotecas de todos los municipios del Meta y de la Orinoquia, en las bibliotecas públicas de buena parte del país (incluida la biblioteca virtual de la Luis Ángel Arango), en las universidades, en las tertulias, en el comercio, en las calles, en fin, en todas partes se habla de Silvia, y su obra se lee, se comenta, se avala, se rescata como uno de los más grandes aportes a las tradiciones culturales y folclóricas de la llanura colombo-venezolana.

Silvia, quien comenzó tardíamente a escribir (a los 37 años) es, sin lugar a dudas, la más representativa e importante escritora llanera de todos los tiempos en Colombia. Y la autora más prolífica de la región: completó veinte títulos publicados, además de dejarnos varias obras inéditas, un nuevo libro (como siempre) listo para imprenta y otros tantos proyectos en desarrollo.

Silvia fue quien abrió la brecha editorial a los nuevos escritores regionales, al atreverse a publicar sin descanso desde hace treinta cinco años, en su mayoría con esfuerzo económico propio.



Sobre su vida y su obra se ha escrito centenares de artículos, reseñas, comentarios y ensayos, publicados en medios locales, nacionales e internacionales; se han realizado producciones cinematográficas, y toda clase de programas radiales y de televisión. Y todo porque Silvia es un caso particular. Una llanera auténtica que en medio de los quehaceres domésticos logró tejer sus historias, con un valor único para la cultura regional: rescató parte fundamental de la tradición oral de los llanos para dejarla impresa en la tinta indeleble de sus libros. Con su trabajo, Silvia aseguró para el futuro la supervivencia de las costumbres, el folclor, la historia y la cultura regionales, es decir, que buena parte de la memoria de nuestra tierra ha sobrevivido gracias a su pluma, a través de sus testimonios escritos.

Eran finales de los años setenta, en lo que se denominó primero taller Llano Abierto, origen de lo que luego se conoció como Entreletras. En 1977 Silvia había ganado, en un mismo concurso, el primero y el segundo premios departamentales de cuento, con sus textos Lindo lindo y el musiú y Camarita.

El fotógrafo Gerardo Cadavid fue uno de sus amigos.


Fue en estas reuniones donde tuvimos el privilegio de oír de su propia voz el cuento —ahora casi mítico— La Catira María Eucadia, que le sirvió de título a su primer libro, de pequeño formato con escasas 58 páginas, impreso en sistema caliente en los talleres de la Imprenta Departamental, con carátula diseñada por Melco, el artista plástico del grupo; volumen publicado en 1980, en el que se reunieron tres cuentos: La  Catira y los dos textos galardonados.

Para entonces ya hervían en sus primeras aguas los fantasmas de Las Guajibiadas, la obra cumbre de Silvia, publicada por vez primera en 1983. Allí, en las tertulias del grupo, leyó también sus primeros borradores, que, a propósito, escribía en su obsoleta máquina que descansaba en una mesita ubicada de manera estratégica, entre la sala y la cocina de su casa del barrio El Retiro (Villavicencio, Meta).



La vida de entonces para Silvia se paseaba entre los hervores culinarios de ama de casa, madre de seis hijos y esposa de un sindicalista ortodoxo, y la ebullición de sus sueños literarios, que terminaron atrapándola hasta el día de su partida, con su larga lista de libros publicados en casi un centenar de ediciones y cerca de 200 mil ejemplares publicados, legales y piratas. Porque Silvia también fue la única en tener ese extraño honor de ser pirateada en sus ediciones. Además de La Catira María Eucadia y Las Guajibiadas, recordamos Pocatil y Tilín en el reino perdido, El sapo Toribio, El pescador de tradiciones, La canoa maravillosa, Rompellanos, Capitán Guadalupe Salcedo, Adriana y su cerbatana mágica, Cuatro caballos del tiempo, Guayare, Sonrisas de Dios, y Así me lo contaron, entre otros títulos.

Y volvemos atrás para recordar cómo la palabra era la protagonista, porque allí la sana disputa, entre las siete y las once o doce de la noche en aquellas reuniones, era por lograr un espacio para leer los textos que, en general, acababan de salir en sus primeros borradores. Se leían pero siempre a condición de recibir todo el palo posible… y en verdad, muy pocos elogios. Luego, de manera individual se trabajaban, a partir de las observaciones recibidas, pero siempre con autonomía del autor sobre lo escrito.

De esas reuniones quedaron muchas anécdotas, muchas lecciones y eternas amistades.

Recuerdo, para sólo citar un ejemplo, que un día, en una de las primeras reuniones, Silvia se enfureció al final de la lectura de uno de sus cuentos, porque —según ella y refiriéndose a uno de los asistentes—: “ese viejito huevón se duerme siempre que leo mis cuentos”. Y el viejito huevón no era otro que Manuel Acosta Bejarano - Macosta. Pero la sorpresa nos la tuvimos que llevar Silvia y los demás compañeros, cuando Manuel levantó la cabeza y durante más de quince minutos ininterrumpidos disertó sobre lo divino y lo humano, no sólo del cuento que acabábamos de oír, sino de la obra de Silvia.

Con el tiempo supimos que Manuel, como buen brujo en ejercicio, entregado desde siempre al esoterismo y al mundo de los espíritus, para escuchar con toda la atención posible, cerraba sus ojos, inclinaba la cabeza —casi como un modelo para Rodin— y entraba en profunda meditación. Desde ahí, creo, comenzamos también a respetar los sueños de Manuel, quien junto con Silvia, es otro insigne integrante del grupo.



Nos podríamos extender muchas cuartillas más recordando episodios que cuentan la historia de los protagonistas de los movimientos culturales de nuestra región, y en su centro mismo y en la cúspide, la escritora, la investigadora, la soñadora, la vendedora y la financista de sus propios libros, la no bien ponderada Silvia Aponte.

Esta mujer que ha tejido su propia historia, como ocurre siempre en este país, gracias exclusivamente a su propia fortaleza, a su talento innato, a su verraquera de mujer llanera y de escritora cerrera, que no tuvo sino apoyos coyunturales, resultado más de afectos o admiración personal de algunos pocos, que a veces, le brindaron una mano desde diversas instancias del poder; pero no como resultado de verdaderas políticas culturales que estimulan y valoran a nuestros creadores insignia de este territorio.

Y aquí, nada mejor que transcribir apartes del prólogo de una de sus obras, donde Silvia se sienta a escribir un breve perfil suyo, frente al espejo que tanta imaginación le ha desbordado. Así se describe ella:



Soy Silvia, la hija del contador de cuentos; cuando era muy niña, mi padre se sentaba conmigo en el patio durante las noches de luna clara y me contaba los cuentos de su repertorio, los mismos que le contó su papá cuando él era chico, pero el mío tenía la magia de meterme en el mundo sin regreso de sus fantasías, que se desgranaban de su memoria prodigiosa; yo sentía que mi padre, la noche, la luna y el silencio, eran lo único que existía, porque él había creado un mundo únicamente para mí.

Silvia Aponte.

Yo era su público y él era el malabarista jugando con el llano, con el paisaje, con los elementos: la luna enamorada de un lucero vespertino, pero también el miedo jugaba con el romance, como aquella noche en que un espanto del cielo le comió media cara; y seguía jugando con los elementos: el chubasco con su carrera veloz, hacia mugir el viento, el chaparrón gritaba enfurecido convirtiéndose en la fuerza telúrica de una amenaza destructora sobre el inmenso llano acobardado, luego pasaba a lo lírico, como el Orinoco y la Diosa de Cristal, mientras yo creía atravesar el gran portal del misterio para seguir su narración fluida, que saltaba de lo bello hacia el camino de los espantos, como Federico el comeperros, la Madremonte, el Cacacuy, la diosa Piaroa, para meterse en la selva profunda, en las ramazones verdes y tupidas, en las sestas caprichosas de las orquídeas, donde el indio selvático acuesta en su chinchorro de tramado, su tristeza y la condena del hambre.

(…) Bueno, conforme mi padre me contó estas historias, ahora yo se las cuento a ustedes queridos lectores; ojalá que les guste.”

En los Premios Galardón a los Grandes, de Corculla. A su lado, América Rey.


Finalmente, creemos que la vida y la obra de Silvia Aponte, esa mujer, esa morena de fuego perturbador en su espíritu, briosa como ninguna, que sigue volando desde siempre y ahora en la eternidad, como potro desbocado por el inmenso horizonte que le bulle entre sus sueños, no se podrá encerrar en breves párrafos. Pero lo cierto es que sin su vida y sin su obra, el Llano, su tradición, su oralidad, su folclor, su historia y su cultura, jamás serían lo mismo. Tal vez se hubiera perdido un enorme legado, de no ser porque Silvia Aponte se jugó toda su vida para dejar, bajo la huella indeleble de lo escrito, el Llano entero fundido entre sus páginas.

Esta fue una de las últimas charlas que la escritora sostuvo con estudiantes. Les hablaba sobre su último trabajo escrito.


Un ser mágico e irrepetibles como Silvia nos inunda hoy y para siempre, desde su estatura, de esa felicidad eterna de la palabra, que brinda la pluma de un espíritu puro, auténtico y avasallador como ninguno.


Jaime Fernández Molano
Escritor y periodista
Especial Para Agenda Hoy


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2 Comments :

  1. Jaime,desde la frontera con Venezuela,tengo la feliz oportunidad de leer tu escrito bellamente redactado donde se hace una aproximación a la obra de nuestra siempre querida y admirada SILVIA APONTE.
    Quienes tuvimos el privilegio de compartir su amistad y asistir en algunas ocasiones a degustar antes del lanzamiento, de algunas de sus obras, estábamos seguros que en ellas se reflejaba el corazón y el sentimiento de un pueblo que se desbocaba en la magia de la palabra y en la pasión que irrumpía como el llano bravío que fue su eterno amante.
    Involuntariamente, omitiste una faceta que como una labor quijotesca, Silvia persiguió y fue la de haber dejado plasmada en un cortometraje una de sus obras,a pesar de todos los esfuerzos que realizó para dejarla como testimonio en una película;me refiero a su obra "Las guajibiadas"
    Reitero mi reconocimiento a la labor que has desarrollado durante muchos años en el campo cultural,junto a otras personas que permanecen en el anonimato pero que han sido soporte para que esa bella región -que siempre he llevado en lo más profundo- no sea objeto de olvido o desconocimiento.
    Recibe un cálido abrazo y un recuerdo imperecedero de alguien que siente aún el aliento de ese terruño que lleva adherido como parte vital de su existencia.
    César Ricardo Rueda Espinosa

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  2. Ha sido muy importante leer acerca de esta dama llanera dedicada al Arte de la escritura. Muchas gracias.

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