El
día que se nos fue Danna, un ángel del joropo
Diciembre 5 de 2017
Los padres de Danna Gisell Guarín Argüello, la cantante
y arquera, reviven la historia de su pequeña, un ángel que partió al cielo siendo ya una estrella.
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La letra de la canción que interpretó en un día de
llaneridad, como de costumbre, le llegó al alma. Las lágrimas bajaban por sus
mejillas. Era como si la pequeña Danna Guarín
presintiera que su destino ya estaba marcado. La letra, explica su madre, con
voz entrecortada, narraba la historia de una ternerita enferma que no soportó
más. La vaca lloraba y lloraba al ver a su hija partir. Siempre que la
entonaba, como aquel día en el Parque Los Fundadores de Villavicencio, se
llenaba de sentimientos.
Mientras Ingrid Argüello toma fuerzas para recordar los
inicios de la carrera musical de su hija y la tarde gris del 27 de abril de
2016, el día que Danna Gisell Guarín se despidió de este mundo antes de cumplir
sus 12 años, la Princesa bate la cola y late. Es un beagle, la mascota de
Danna. La pequeña era amante de los animales. Si fuera por ella, hubiese
llegado a tener un zoológico entero. La perrita se mueve de un lado al otro, la
medallita tallada con la frase ‘Danna por siempre’ cuelga de su cuello. Ingrid
dice que Princesa es capaz de reaccionar a los sentimientos del hombre.
Durante los primeros días de duelo, la perrita se
echaba junto a la cama de Danna, como si aún la sintiera ahí. En tardes de melancolía empinaba su cuello
frente al portón de la casa. Lo hacía a la hora exacta en la que la niña solía
llegar del colegio. Extrañaba los abrazos y besos del amor perruno que le
profesaba. Las lágrimas de Ingrid brotan al recordar. Hoy luce bella, el
maquillaje está fresco, pero en sus ojos aún hay un vacío.
En el sofá de la casa de su suegro, diagonal a ella,
está sentado Jhon Guarín, su esposo, amigo, colega y compañero. De ojos
apagados y con mirada nostálgica, la observa con detenimiento. Proviene de una
familia de folcloristas del Vichada y con ellos integra la agrupación Dinastía
Llanera. Es cuatrista, su padre interpreta el arpa y su esposa Ingrid canta,
como también lo hacía Danna. Era un equipo.
Ella es Princesa, las mascota de Danna. Foto: Nicolás Molina. |
Danna cantaba desde los tres años, en el colegio,
interrumpe su padre. Ingrid asiente con la cabeza y continúa. Fue candidata de
un reinado en prejardín y recuerda, como si fuera ayer, que la canción escogida
para ese día fue un tema popularizado por Topoyiyo, el famoso ratón, pero en
versión llanera, una adaptación de su abuelo, o ‘papito’, como le decía de
cariño. Desde ese día todos los allí presentes sabían que iba en camino a
convertirse en una maravillosa artista. Con tan solo tres años, y compitiendo
con niñas de 10, sorprendió a muchos: bailó, cantó e interpretó un instrumento.
Fue coronada como la reina del Colegio Hansel y Gretel.
La pequeña Danna, quien también soñaba con ser
arquitecta y estudiar en el extranjero, sigue siendo la reina. En su colegio,
hoy con el nombre de Stanford School, sus amiguitos cuidan del que era su pupitre,
lo decoran con sus fotos y sigue en el salón de clases, como si la esperaran. La
promesa es dejarlo así hasta el día del grado de bachiller, es un pacto de
amistad. Algunas veces, en el recreo, juegan parqués o bingo, para ellos Danna
sigue viva. Mueven las fichas como si estuviera ahí. El colegio implementó la
semana cultural en homenaje a ella y una grande valla con su foto cuelga en sus
instalaciones. La acompaña la frase: “cantarás desde el cielo… porque siempre
dejaste huella, en cualquier lugar”.
Su canto también llegó a los hogares de Colombia. Participó
con su familia en el Factor XF, y Dinastía Llanera, en cabeza de Danna, se
convirtió en el mejor grupo folclórico familiar, de los 4.600 que llegaron a
las audiciones. Pero la magia de la televisión es injusta. Desde allá
presionaban para que su show fuera diferente, su concepto, explica Ingrid, era
que el joropo no vende y que todos los grupos de género se ven igual en tarima.
Danna no quiso cambiar su esencia, respetaba sus raíces, y terminaron
eliminados. Al paso de los días, los llamaron a su reintegro, y con escasos
diez años, que tenía en ese entonces, la niña no aceptó, su madurez como
artista era altísima.
Su última gran presentación en público fue hace un año
y medio en el Concurso Nuevos Valores del Folclor Llanero, organizado por
Corcumvi. “Ella no fue festivalera como otros niños. En los pocos festivales
que participó le fue muy bien, y en esa ocasión decía, voy a festivalear, y voy
a ganarme ese concurso”, recuerda. Sin embargo, su participación fue agridulce.
Muchos se preguntaban por qué la niña del liqui-liqui azul, el mismo con el que
la despidieron para siempre, no había sido la ganadora. Roger Farfán, jurado
para la época y a quien señalan como la persona que influyó en los resultados, hizo
una llamada amenazante. ”Porque era mujer, me dijo, no se metía conmigo, de lo
contrario me agarraba a puños, que le dijera a mi esposo que se cuidara y que
mi niña no cantaba y yo, tampoco, que no éramos nadie”. Nunca hubo una disculpa
de su parte, pero “yo sé, agrega Ingrid, que existe aquello que es el
remordimiento de conciencia y él sabe que no fue justo lo que hizo veinte días
antes de que Danna partiera”.
¿Siempre soñaron con tener una niña?, pregunto. “Éramos
muy jóvenes, recuerda con nostalgia, yo tenía 16 años y Jhon, 19. Yo cursaba
décimo grado y él estaba en la universidad. Nunca tuvimos preferencia, si era
niño o niña, lo importante es que naciera bien”. Además, desde que estaba en el
vientre, la bebé se movía al son de la música llanera y al ritmo del cuatro de
su padre. Pero, también, imaginaban que iba a convertirse en futbolista, se
movía mucho, pateaba de día y de noche. No se equivocaron. Danna amó el fútbol
y murió en una cancha.
De pequeña no le gustaba jugar con muñecas, prefería
los balones, y en el ocaso del día salía con su papá hacia la cancha de la
segunda etapa de La Esperanza, a unos doscientos metros de la casa de sus
abuelos. La conversación se extiende hasta allí. Entre los dos cargan los
pequeños recuerdos materiales que quedan de ella, los guayos, los guantes, un
sombrero, las fotos de su primera comunión y unas botas que ella misma compró
con sus ahorros, dinero que ganaba en sus presentaciones. Hasta hace algunos
meses decidieron sacar sus cosas, desarmar su cama y hasta se mudaron de casa.
Ya no viven donde el ‘papito’.
Desde que Llaneros FC jugó sus primeros partidos en la
sexta etapa de La Esperanza, Danna se convirtió en hincha fiel, también lo era
del Atlético Nacional, pero con los ‘criollitos’ era mucho más mágico. No
faltaba a un partido, dibujaba a sus jugadores favoritos y entabló amistad con
ellos, especialmente con Carlos Pérez, el arquero. Él le regaló los guantes y
dormía con ellos puestos, incluso, se aferraba al balón mientras soñaba en
convertirse en una gran arquera.
En esta cancha del barrio La Esperanza, en Villavicencio, solía jugar Danna. Hasta allí llegaron sus padres para recordarla. Foto: Nicolás Molina. |
Su sueño se fue haciendo realidad, primero, en la Liga
del Meta y luego, por una beca que recibió de Diego Rojas, su padrino de
primera comunión, ingresó a la escuela de fútbol del viejo Patiño, uno de los
íconos del fútbol colombiano. La pequeña escogió, en medio de niños, ser
arquera y llevar a su espalda el número 34, como el del guardameta Franco
Armani. Sin pedírselo, Ingrid hace un esfuerzo para recordar el día en el que Dios
se llevó a su hija. Solo faltaban, quizás, unos veinte minutos para terminar el
entrenamiento. De espalda a la cancha trabajaba sus reflejos, agudizaba el oído
para identificar de qué lado venía el balón.
Sus padres, como lo hicieron desde el primer día que llegó a la escuela,
la veían desde un lado de la cancha. Su padre era como su técnico, desde la
línea le daba indicaciones, se sonreían. “Papá, cómo me viste”, le dijo la
pequeña, mientras empuñaba su mano y su dedo pulgar sobresalía en señal de buena
energía. Ese era su lenguaje en la cancha. Todos los días se juraban amor, la
tarde aquella no fue la excepción. Con una sonrisa a flor de piel aprovechó el
tiempo de hidratación para despedirse de beso, el último de su vida.
“Carecolincha”, le dijo su mamá, al tiempo que descargaba una pequeña
palmoteada en su cola. La pequeña hizo lo mismo y salió corriendo. Su pulgar
seguía apuntando al cielo.
La niña dobló sus rodillas, dejó un espacio entre
pierna y pierna y encorvó su cuerpo. Se puso en posición de arquera para
esperar el balón. “De repente, vi que se vino la cancha, recuerda Ingrid, con
lágrimas en los ojos, no se pudo hacer nada”. Cayó encima de ella, golpeó su
cabeza. El cielo se puso gris y la brisa empezó a soplar con fuerza. Minutos
después, la niña se había ido para siempre. Vino una tormenta que duró varios
días, la lluvia hacía estragos en la ciudad como si la tierra estuviera triste
por su partida. Al otro día de la tragedia, la cancha ya estaba abierta al
público, no hubo respeto. Sobre los responsables, Ingrid dice que no se puede
hablar de un fenómeno natural, “es error de los administradores de la cancha,
como del cuerpo directivo de la escuela de fútbol, en no tener en cuenta todos
los parámetros de seguridad”. Siguen analizando una posible demanda,
recolectando algunos documentos, pero seguir ese camino es despertar de nuevo
el sufrimiento.
Con estas zapatillas, la pequeña jugó su último partido. Foto: Nicolás Molina. |
Y es que Ingrid entró en depresión, no quería seguir
cantando, si moría era lo mejor, se repetía una y otra vez, fue internada por
urgencias y necesitó de psicólogo. Pero Danna apareció en sus sueños y todo
cambió. “Dios me dio la oportunidad de
volverla a ver, de volver a revivir todo lo que pasó sin menos dolor, para que
yo pudiera superar la pérdida”, dice. Su esposo fue su mano derecha, ahora están
más unidos que nunca y se han convertido en un espejo para muchos padres que
han pasado por la misma tristeza.
Su historia de vida ha cambiado a muchas familias. Los
contactan en redes sociales, los llaman y les confiesan cómo han cambiado sus
vidas por el espejo de Danna. Algunos han afianzado el amor por sus hijos y
otros, superado el dolor de la pérdida. En un Concurso Mundial de la Mujer
Vaquera, por ejemplo, un joven se acercó, tomó su mano y se presentó. Vengo de
Bucaramanga, le dijo, nuestra hermanita murió hace dos años y no lo habíamos
podido superar, no entendíamos por qué se nos había ido una niña de ocho años,
mis papás se habían separado, pero al verlos a ustedes, tan unidos, con ese
amor tan grande por Danna, mis papás volvieron, la familia se unió y entendimos
que sí se puede continuar, nuestro negocio volvió reactivarse, gracias a Dios
estamos bendecidos y todo es gracias a ustedes.
“Si la pudiera
tener a mi lado de nuevo, interrumpe Jhon, como poniendo una pausa a la conversación,
le diría que la amo y seguramente estaría con su dedito levantado. Toda su
historia da como para escribir un libro”, al que seguramente titularía ‘Por
siempre Danna’.
Andrés Molano Téllez
Director Agenda Hoy
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