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De vigilante a empresario


El anfitrión de Los Capachos


Marzo 12 de 2018

Jaime Hurtado llegó como vigilante a la discoteca Los Capachos, en Villavicencio, y no solo se convirtió en administrador operativo sino que creó su propia marca de agua.

Jaime Hurtado.


Con el peso de las necesidades a cuesta y atraído por esa tentación de llenar los bolsillos de dinero fácil, como lo hacían algunos de sus paisanos de Palmira (Valle), Jaime Hurtado Candelo dejó su pueblo y estuvo muy cerca de internarse en los cultivos de coca de Mapiripan  (Meta) o de San José de Guaviare, para convertirse en raspachín.

Sin embargo, ‘Jaimito’, como muchos lo llaman, escogió el camino correcto, y es hoy, a sus 54 años, un empresario emprendedor en Villavicencio, con el cincuenta por ciento de las acciones de una nueva marca de agua y administrador operativo, o encargado, como él lo llama, de la discoteca más importante de la capital del Meta, donde inició como vigilante.

Pese a sus logros y a su ruda apariencia física —de un metro con 81 centímetros de estatura y 105 kilogramos de peso—, Jaime sigue siendo el hombre noble y humilde que llegó a Villavicencio en busca de un mejor futuro. Agenda Hoy conversó con él acerca de ese camino de éxito que ha labrado en la puerta del llano.

¿Cuándo llega a Villavicencio?

Yo llegué en 1984.

¿Qué lo trajo?

Un tío.

¿Por qué?

Él me invitó por cuestiones de trabajo, y entonces, en los primeros meses no me encontraba en ambiente, por la cultura.

¿Qué expectativa traía?

No tenía ninguna, sino trabajar, inclusive el trabajo que él me ofrecía o que él tenía, yo no lo quise hacer.

¿Cuál era?

En ese tiempo era irse para Mapiripán o San José (del Guaviare).

¿Para hacer qué?

Era el tiempo de la coca, usted sabe.

¿Raspar coca?


¿Le daba miedo?

Yo, precisamente, cuando llegué acá me resultaron otros trabajos con unos agricultores, entonces no alcancé a llegar por allá, mejor dicho, me estanqué aquí.

¿Qué hacía?

Recoger la cosecha de arroz en San Martín (Meta).

¿La situación en el Valle era dura?

No era  tan dura, pero como uno en la juventud no piensa en quedarse solo con un salario. Cuando alguien llegaba al Valle, procedente del llano, lo hacía con los bolsillos a reventar, entonces, el que está allá decía, yo quiero ir, me voy cueste lo que cueste. Es la ambición de conseguir el dinero más rápido.

¿Cuándo se vincula a la discoteca Los Capachos?

Trabajaba en el molino Inproarroz, y como el bus me dejaba en el centro, me bajaba en la panadería Veracruz, que quedaba en el sector de La Cruz, a comprar pan caliente para llevar a la casa. Yo era muy amigo de una de las empleadas de servicio al cliente. Un día me dice, mire que mi patrón necesita hablar con usted.  Mauricio López estaba arrancando con Los Capachos, entonces me preguntó que si le gustaría trabajar con él, que tenía unos proyectos que ha visto en otros países, en Estados unidos, y le gustaría implementarlos. Él ya tenía una imagen de lo que había visto en otros países, que era seguridad, aquí lo llamaban porteros. Entonces me dijo que yo tenía que conseguir otros dos, de mí mismo porte, para seguridad.

Jaime también trabajó con el hoy alcalde de Villavicencio, Wílmar Barbosa, quien hacía parte del equipo de trabajo de la discoteca Los Capachos.


¿Qué pensó usted?

Lo tomé, pero llegué a la casa y no me lo aceptaron, entonces yo mandé a otros compañeros, pero yo no fui. Le estoy hablando del 95, más o menos. Mauricio me mandó razón con ellos, que era para que armaran un grupo. Yo tuve una discordia con la mujer.

¿Qué le decía su esposa?

Que eso no era vida. Este se pierde, pensaba ella, pero ingresé a trabajar en el 95. Era del equipo de seguridad, con radios. Fuimos los primeros en plantear la seguridad en Villavicencio, eso fue un boom, hasta mucha gente preguntaba, esto qué es, porque aquí los porteros de discotecas no requisaban. Era una época templada, caliente, a mí me decían, es que ustedes son ley para venirme a tocar a mí, usted no me desarma, usted quién es, me responde si pasa algo. No fue fácil que la gente asimilara. Teníamos que sacar a la gente si hacía desorden, allí era lo más bravo, o al mal vestido, se le tenía que decir la verdad. Por qué no puedo ingresar si tengo tanta plata, respondía. Estamos hablando de un tiempo en el que aquel que tenía plata pensaba que podía hacer lo que quisiera.

¿El problema más difícil?

Muchas veces decir que no puede entrar era como echar un madrazo, y ahí sacaban las armas.

¿Qué hacía en esos casos?

Algunas veces teníamos que pagar escondederos. En ese tiempo mandaba la plata, qué tengo yo para no poder estar aquí en este chuzo, decían, lo compro a usted, compro a su patrón y al chuzo. El que no sacaba arma, sacaba plata. La cosa se puso muy tensa, nosotros estuvimos un tiempo armados con guacharacas. Cómo sería el voltaje tan verraco, así duramos unos seis años, hoy ya no, son otros tiempos.

¿Hoy que cargo tiene?

Fui ascendiendo como jefe de seguridad, llegamos a tener 10 hombres. Hoy soy el encargado del sitio. Llevo doce años como encargado.

¿Es usted un hombre de fiesta?

Poco.

¿Qué música le gusta?

Soy salsero. Cuando quiero rumbear o me quiero tomar unos tragos, lo hacemos aquí mismo con compañeros de seguridad, después de que terminamos,  pero eso es de vez en cuando.

Jaime, en compañía de su esposa, hijos y nietos.


¿Hace pocos meses lanzó la marca Agua Viva, cómo hizo ese proyecto?

Los de la marca de la botellita azul me buscaron a mí para que fuera como la imagen de la marca (Palo de Agua), y arrancamos, yo lo hice sin ningún interés, pero para no alargar el tema, no se dieron las cosas con ellos, éramos cuatro socios, y yo decidí romper amores con ellos, me quedé ocho meses y arranqué con Agua Viva.

¿Por qué terminó con ellos?

Por problemas de la sociedad, yo era la imagen de la marca, la fortalecí, pero ellos  se emocionaron mucho, ya no veían sino el dinero.

¿Quién lo motiva a lanzar la propia marca?

La gente pensaba que Palo de Agua era mío, entonces los que saben, decían, saque su marca, también me apoyaron de otros negocios, algunos dejaron de comprar cuando yo no tuve nada más que ver con la otra marca. Ya tenía, entonces, unos negocios en espera, como con Los Capachos.

¿Sirvió la amistad con Mauricio López, su propietario?

La amistad, el apoyo, todo, y él me está ayudando mucho con las relaciones que tiene.

Mauricio López y su esposa, junto con uno de los hijos de Jaime, en una casa del barrio Industrial, en Villavicencio.


¿Cómo arranca con el agua?

Yo empecé maquilando, maquilé con Agua Purita, como dos meses, mientras puse una planta por la vereda La Argentina, en Villavicencio, sacando agua del nacimiento.

¿De dónde sale el capital?

Sale, primero, del apoyo del señor Mauricio López, segundo, de una pequeña sumita que yo tenía de la separación con la marca, tercero, de los amigos, de la gente que me aprecia, entonces, de allí sale el capital.

¿La empresa de agua es en sociedad con Mauricio López?

No, yo tengo una socia que es la patrona, que es Luisa Fernanda Aldana, que es la esposa de Mauricio, cincuenta y cincuenta (por ciento de acciones).

¿Se imaginó de portero tener lo que hoy tiene?

No, muchos se pierden a la mitad del camino, el que no sepa manejar esto, puede perderse en menos de un año, se puede volver un borracho, perder su mujer, tener varias mujeres. Hay que estar  muy concentrado.

¿Cómo no perdió la cabeza?

Por la mujer, mi esposa, eso es lo principal, ella lo tiene a uno alineado, enfocado hacia la familia, no reprochándole su trabajo, sino haciéndole sentir a uno, a cada momento, que tiene una familia, una esposa, unos hijos.

Jaime Hurtado y su esposa.


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