David Parales Bello
Agosto 27 de 2019
En 1962 se inauguró el primer curso de arpa en
Villavicencio. El profesor era David Parales, que con 15 años se convirtió en
el precursor de este instrumento en el departamento del Meta.
David Parales Bello, arpista araucano. Foto: Óscar Fabián Bernal. |
David
Parales Bello aprendió a tocar el arpa como si fuera un juguete, aprovechando
que los arpistas que iban a los parrandos que organizaba su padre, José Antonio,
dejaban los instrumentos en el fundo, para tenerlos listos la próxima vez que
tuvieran que tocar.
“Se
iban a trabajar y dejaban el arpa ahí. Yo aprovechaba. Soy empírico, autodidacta”,
cuenta el maestro Parales, sentado en su casa en Villavicencio, con El Guachamarón sonando en la radio de
fondo, casi 55 años después de aquella noche en que se enamoró del arpa.
Estaban
en un parrando en Orichuna (Apure), donde su familia vivía, y un arpista llamó
su atención por “la melodía y la agilidad con que movía los dedos”.
“Recuerdo
un tipo de nombre o apellido Quintín, fue el primerito que yo vi. Me quedé mirándole
a las manos y me enamoré del arpa desde ese momento (…) Yo la describiría como
un instrumento del alma, un instrumento bendito, las melodías del arpa son
sagradas para mí”, recuerda.
Fue
también en un parrando organizado por su papá, aunque esta vez en Arauca, donde
tocó su primer tema frente a un público. “Los bailes amanecían. Los tipos ya
estaban tomados, cogí yo el arpa y empecé a tocar de una vez un joropo. Y se
levantó un cuatrista y me acompañó. Y se levantó todo el mundo a bailar. Me
acuerdo tanto de un tema que se llama ‘Nuevo Callao’, el primer tema que yo
toqué”.
En ese
público estaban José Antonio y Joaquina Bello, su madre, que se levantaron a
bailar apenas vieron que su hijo estaba tocando el arpa. El apoyo fue inmediato,
pues al poco tiempo su papá le regaló un arpa elaborada por Mario Guedes, un
artesano que vivía en San Fernando de Apure.
Naturalmente,
el maestro Parales se acuerda bien de aquel instrumento: era un arpa pequeña,
sin guías, con clavijeros de madera y cuerdas de nylon de un solo color, como
las que usaban los venezolanos, que tenían como único afinador su oído musical.
“Que
alegría tan tremenda. Yo trasnochaba hasta las 10 p.m. y mi mamá un día se puso
brava. Me dijo: ‘Le voy a quemar esa arpa porque usted no deja dormir con esa
bulla’. Era para que me acostara temprano”.
Y como
no lo dejaban trasnochar, entró en acción el azar, el destino, o comoquiera que
se llame el sentido aleatorio que trastoca lo planeado para que las cosas sigan
el rumbo que deben tomar, y un día de Semana Santa se cayó de una hamaca y se
pegó un golpe en la cabeza que a duras penas consiguió tratar el curandero del
pueblo, Ramón Puertas.
“Fue
grave porque el tipo dijo no que no podía seguir estudiando ese año”, cuenta
Parales, quien aprovechó el tiempo libre que le quedó de ahí en adelante en
practicar y perfeccionar temas que tocaba junto con sus hermanos Marcos y Pedro
Antonio, que lo acompañaban con el cuatro y las maracas.
El
rumor de que un niño del pueblo tocaba el arpa llegó a oídos de Hugo Mantilla,
que era profesor de primaria del colegio Santander de Arauca, el mismo donde
estudiaba Parales.
Y
pronto lo supo también el maestro Miguel Ángel Martín, que se desplazó desde
Villavicencio hasta Arauca a proponerle a Mantilla que organizara un conjunto
musical que representara al Meta en un festival ganadero en Socorro
(Santander).
Naturalmente,
la idea era que Parales estuviera en el grupo, y el maestro Martín fue incluso
a la casa de los padres de Parales a pedirles permiso para que el niño pudiera
participar.
Fue en
la tarima instalada frente al parque principal de Socorro donde David Parales
supo por primera vez lo que es la gloria. Pero, contrario a lo que se pueda
imaginar, ni la multitud ni la presión de estar representando a un departamento
lo abrumaron. “Yo no fui nervioso
nunca”, explica Parales.
El
siguiente gran paso fue convertirse en maestro de arpa en la recién fundada
Academia Folclórica del Meta, en la que ganaba un sueldo de 500 pesos mensuales
y cuya sede era una casa de un piso en el barrio San Fernando de Villavicencio,
donde también enseñaron Hector Paúl Vanegas, Pedro Ladino y Miguel Ángel
Martín.
La
solicitud se la envió a Parales el mismo gobernador del Meta por aquella época,
Carlos Hugo Estrada, quien se comprometió con don Pedro Antonio y doña
Joaquina, reacios a dejar ir a su hijo en un comienzo, a brindarle a David
todas las comodidades posibles, incluido el estudio.
El
compromiso se cumplió a tal grado que Parales viajó por primera vez en avión y llegó
a Villavicencio a vivir en la casa del gobernador, que hoy es la sede de la
Casa de la Cultura Jorge Eliécer Gaitán, en el centro de la ciudad. Allí participó en parrandos, conoció a reinas
y se reunió con la gente de la alta alcurnia.
El
primer alumno que se matriculó para su clase fue Jaime Castro, que después
alcanzaría reconocimiento gracias a su maestría, y el arpa con la que empezó a
enseñar fue la misma que le habían comprado sus padres en Arauca, un
instrumento tan exótico que alguien la llegó a confundir con una guitarra
grande.
Junto con los otros profesores de la Academia,
Parales formó el Conjunto Arauca, con el que le rindió un homenaje musical a su
tierra natal, y después, con el apoyo de Alberto Curbelo, que era compañero
suyo en el colegio La Salle, fundó Los Copleros de Arauca, un grupo con el que
tuvo la osadía de abrir puertas en el escenario cultural de Bogotá gracias a la
gestión del pianista Oriol Rangel, director artístico de Radio Santa Fe, donde
tuvieron su primer espacio de difusión.
Al
poco tiempo, el grupo grabó su primera producción discográfica, en la que
participaron artistas como Hugo Mantilla, Tirso Delgado y Juan Farfán.
En
Bogotá conoció a Martha Bojacá, su esposa, con quien tiene cinco hijos que ya
le han dado cinco nietos. De aquella
época le quedó también la oportunidad de vivir en el mismo barrio que Luis
Ariel Rey, Manuel Jota La Roche y Fernando Lizarazo, del conjunto Alma Llanera,
con quienes a veces se reunía para hablar de folclor.
En 1979,
en un festival del Lago Ypacaraí (Paraguay) lo declararon fuera de concurso en
la ejecución de arpa. “Cuando me
presenté me sacaban pañuelos blancos en el estadio. Como es el país del arpa,
ya me conocían todos por referencia y por discos”, dice.
Luego,
siendo integrante del Ballet Folclórico de Colombia, viajó por varios países,
como la Unión Soviética, China y Japón. Toda una proeza para aquel niño
araucano que demostró que lo único que le hace falta a David Parales para
recorrer el mundo es un arpa.
Juan Fernando Alzate
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