Enero 9 de 2020
La obra insigne del artista es una pintura de parrando que evoluciona,
poco a poco, en esculturas de gran formato.
En un taller en Bogotá, Hermes Miranda trabaja en la primera escultura de gran formato de su parrando llanero. |
En el universo de
Hermes Miranda, los caimanes llaneros tocan arpa, las garzas reales bailan
joropo y los chigüiros saben tocar bandola.
En el universo del
pintor y escultor Hermes Miranda, que nació en el Tolima pero llegó a
Villavicencio a tiempo para recordar la época en la que el río Guatiquía era un
balneario, es lógico que el parrando llanero sea protagonizado por los animales
icónicos de los llanos colombo-venezolanos, a los que otorgó, en su obra más
famosa, los talentos del baile, el canto y la ejecución de instrumentos.
La semilla de la
idea germinó en la imaginación de un amigo suyo, Héctor Julio González, a quien
se le ocurrió dibujar un chigüiro con sombrero y gafas tocando cuatro. Miranda
ya había visto el estilo de los dibujos de temática llanera de otro amigo suyo,
Luis Duarte, y desarrolló el concepto final de su obra, en la que la
antropomorfización de la corocora, el chigüiro, la garza, el oso, el cachicamo,
el caimán, la rana, el mono y la tortuga es lo de menos.
Porque si algo
destaca en ‘Parrando llanero’, su obra, es que los protagonistas se están
divirtiendo, que se reunieron para distraerse un rato y la están pasando bien.
La pintura
original ha tenido cambios. Antes la que cantaba era la rana platanera, ahora
es la rana vaquera, esa que canta “¡Oe!” en los potreros y que intrigó a
Miranda la primera vez que lo escuchó, por aquellos días en los que estudiaba
en la jornada nocturna del colegio Caldas.
De igual manera, en
la primera pintura el chigüiro bailaba, mientras que ahora toca la bandola y el
que baila con la corocora es el gabán peonío.
El cachicamo es un
caso especial, porque su presencia en la obra es en sí misma un homenaje a un
artista que tenía ese sobrenombre, vivía en Restrepo y tocaba el furruco.
Entonces es probable que, sin importar cuántos cambios haya, el cachicamo siga
en el parrando tocando el furruco, un instrumento casi desaparecido en la
música llanera al que Miranda quiso rescatar junto con su ejecutor.
También se
mantiene el caimán, esa figura monumental que destaca por encima de los demás
tocando el arpa. Ese caimán se llama Pompeyo, en honor a un viejo llanero de
dimensiones descomunales que Hermes Miranda conoció hace algún tiempo en
Villavicencio.
“Tenía un vozarrón
y llegaba siempre a las 5:00 a.m. a tomar tinto con Luis Felipe Duarte. Desde
que llegaba despertaba a todo el mundo, a nosotros ni nos saludaba. Le oía yo
los cuentos, llegó a tener 500 gatos en la finca porque les tenía mucho miedo a
las culebras”, cuenta el artista.
La corocora se
llama Candelaria; el mico maicero, que toca las maracas, se llama Rafael, en
homenaje a su padre y su sobrino, y el chigüiro es Emiliano, en honor a su
primer nieto.
Cuando comenzó con
la idea de que el parrando se convirtiera en una obra de tres dimensiones que
la gente pudiera admirar, le pidió ayuda a Julián Arias, un escultor amigo de
su hijo. Después, en un taller de fundición en Bogotá, le recomendaron elaborar
figuras más grandes, para que no fueran artesanías, sino esculturas.
Y así llegó a
donde está ahora, trabajando en la escultura de bronce de Pompeyo, que medirá
dos metros y cuarenta centímetros de alto y que espera vender a algún municipio
con puerto fluvial.
Sin embargo, esta
es solo la antesala del sueño, porque lo que Hermes Miranda de verdad quiere es
que todas las figuras de su parrando convertidas en bronce tengan el tamaño que
se requiere para ser la atracción principal de un parque.
Sabe que ese
caimán deberá tener mínimo cuatro metros de alto, pues es el que está en el
fondo. La tortuga morrocoy y el mono tendrán tres metros y cincuenta
centímetros y las demás figuras medirán cerca de dos metros y cincuenta
centímetros.
“El sueño mío es
dejar una huella de que pasé por aquí por el Llano”, dice Miranda, quien
explica que su rebeldía y su franqueza lo han alejado de las élites que están
en el poder. “No tengo diplomacia, ese
curso no lo hice”.
Tampoco la tienen
sus creaciones, esos animales silvestres que no le pidieron permiso a nadie
para armar un parrando en plena sabana.
Juan
Fernando Alzate Aguilera
Para
Agenda Hoy
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