La Ruta de Orión
Noviembre 30 de 2018
Formaciones
rocosas, inhóspitas pero sorprendentes cavernas, un maravilloso riachuelo de
colores y una selvática laguna negra hacen parte de esta ruta en San José del
Guaviare.
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San José del
Guaviare, capital del departamento del Guaviare, está ubicado a 288 kilómetros
de Villavicencio, y en los últimos meses sus maravillas naturales han ocupado
las primeras planas de diferentes tabloides del país y han sido destacadas en
varios espacios noticiosos, primero, porque ocho zonas en las que se encuentra
la Serranía La Lindosa, uno de los lugares con mayor concentración de arte
rupestre en el mundo, fueron declaradas por el Icanh, como Área Arqueológica
Protegida de Colombia, y segundo, porque la Serranía de Chiribiquete, entre
Guaviare y Caquetá, se convirtió en Patrimonio Cultural y Natural de la
Humanidad, tras la declaratoria hecha por la Unesco.
Agenda Hoy viajó hasta allí, a San José del
Guaviare, para recorrer solo una de las más de 10 rutas que allí ofrecen los
operadores de turismo, y nos embarcamos en la llamada Ruta de Orión. Se trata
de un recorrido a través de gigantescas formaciones rocosas, de inhóspitas pero
sorprendentes cavernas y de un maravilloso riachuelo o caño de colores,
producto del reflejo de las plantas acuáticas que allí crecen.
A pocos
kilómetros del puente Nowen —puerta grande, en lengua Guayabero—, sobre el río
Guaviare y frontera con el departamento Meta, comienza el recorrido. Por lo
agreste del terreno, y antes de iniciar el senderismo, es necesario transbordar
a una camioneta con tracción en las cuatro ruedas. Viajamos acompañados, además
del conductor —un escolta que en sus ratos libres se emplea en turismo—, de
Santiago Morales, nacido en Puerto Boyacá, pero que a través de la guianza ha
tenido la oportunidad de explorar sorprendentes lugares como La Macarena (Meta)
y San José del Guaviare, sitios en los que dice haber aprendido inglés de
manera autodidacta. Ahora, agrega,
buscará la profesionalización en la Universidad de Antioquia.
Una hora atrás,
mientras esperábamos a la persona que nos serviría de puente con el guía, en el
parque principal de San José del Guaviare, un grupo de indígenas de la
comunidad Nukak Makú levantaba un cambuche con chinchorros colgados de los
árboles al tiempo que sus mujeres tejían canastos en fibra de palma waruma y
los niños, descalzos y con trajinadas ropas de blancos, correteaban un pequeño
mico. Se preparaban para una feria artesanal que se desarrollaría durante el
Festival Internacional Yurupary de Oro, la fiesta que más turistas atrae al
Guaviare.
Sobre las 10:00
de la mañana aparece Frank Garzón, uno de los líderes de la empresa operadora
de turismo Geotours del Guaviare. El
hombre, que aparenta unos 30 años, llega al lugar acordado del encuentro, una
de las más grandes panaderías del municipio, a un costado del parque central.
Se nota que conoce cada detalle de San José del Guaviare, habla con fluidez
acerca del turismo, de la economía, de los indígenas... Justo en ese momento un
niño de unos siete años estira su brazo y sin pronunciar una sola palabra
desenvuelve su mano oscura por la tierra para pedir limosna a algunos turistas
que desayunan en la mesa de al lado.
“El indígena que
estaba pasando es un Nukak Makúk —confirma Frank, refiriéndose al niño—, es una
de las etnias que aquí habitan, así como los guayaberos o los jiw, nombre que
ellos mismos se atribuyeron. Al estar tan cerca de la capital y haber sufrido
desplazamientos por la violencia, y situaciones de drogadicción, muchos están
llegando a la ciudad para pedir dinero y ayuda. La cultura blanca los ha
permeado y es importante que el Gobierno y los entes territoriales les ayude”.
La conversación
retorna hacia el turismo y entonces Frank explica que sumado a las
declaratorias, la puesta en marcha de los acuerdos de paz con la guerrilla de
las Farc, ha impulsado el turismo sostenible en San José del Guaviare. Calcula
que existen unos nueve operadores de turismo legalmente constituidos y activos,
más de cuatro profesionales en guianza turística y otros 25 que están buscando
su certificación con el Sena. Otros se forman en bilingüismo.
Precisamente pone
el ejemplo de Santiago Morales, con quien ahora caminamos hacia la Puerta de
Orión, una formación rocosa de aproximadamente 12 metros de altura y siete de
ancho, con dos cavidades en el medio en forma de puerta. El nombre del lugar
hace referencia a la constelación de Orión, ese conjunto de estrellas que al
juntarlas a través de líneas imaginarias forman en el firmamento la imagen de
un cazador. El guía asegura que en algunas noches desde el punto en el que
ahora nos encontramos se observa una parte de la constelación, tres estrellas
brillantes (Alnitak, Alnilam y Mintaka) conocidas como el cinturón de Orión, el
cual se asemeja a esa tira de cuero con la que el personaje mitológico sujeta a
la cintura su pantalón.
La sensación
térmica es fuerte y para el recorrido se sugiere usar protector solar,
repelente de insectos y protegerse del sol con mangas largas y sombrero. La
altura oscila entre 180 y 220 metros sobre el nivel del mar y el paisaje pasa
por transiciones con características propias de la Orinoquia y la Amazonia, con
rocas sedimentarias e ígneas que hacen parte de la Serranía de La Lindosa, la
cual descansa sobre el Escudo Guayanés.
Se trata de una de las formaciones geológicas más antiguas del mundo con
afloramientos en Colombia, Venezuela y Brasil. Son rocas que llegan a la
superficie. Por eso, durante el recorrido es fácil encontrar formas caprichosas,
hasta de felinos y reptiles.
Pero cuando el
cuerpo comienza a sentir algo de asfixia, producto de la sensación térmica,
entonces vienen los cambios. La nevera. Así se le conoce a un punto en el que
baja la temperatura por las
características selváticas del terreno, hay pequeñas cavernas sin explorar,
llenas de fango y con murciélagos que vuelan de lado a lado. La vegetación en
aquel punto sorprende. Raíces con formas humanas parecen trepar por las paredes
naturales y los árboles caminar. En realidad sí lo hacen, por lo menos la
palmera Socratea exorrhiza, cuyas
raíces no están totalmente debajo de la tierra. A medida que el suelo se
erosiona crecen nuevas raíces en lugares diferentes, un efecto que hace mover
milimétricamente la planta. Con el pasar de los años el desplazamiento se hará
más notorio.
En la panadería
la conversación con Frank Garzón se interrumpe por una llamada que llega a su
celular. Al parecer ajusta detalles para el acompañamiento de otro grupo de
turistas. Según explicaba, durante la época del festival se registra un mayor
flujo de turistas, así como en Semana Santa, en la que la ocupación hotelera se
desborda. La agencia atiende 700 personas y las 3.740 camas disponibles de los
hoteles del municipio no dan abasto. Algunos turistas se han visto obligados a
pasar las noches en moteles… La conversación con su interlocutor del otro lado
de la línea llega a su fin. Entonces aprovecho para preguntar por la
procedencia más frecuente de los viajeros.
“De Francia”,
responde sin dudar. Saca pecho y prosigue: “Ahora empieza un mercado emergente
desde Italia, porque ese es el trabajo del tour-operador y las alianzas, para
que lleguen directamente de Francia e Italia sin intermediarios. Incluso,
agrega, “ya tenemos reservaciones para el 2019, de clientes franceses,
italianos, estadounidenses, hindúes, chinos, japoneses, alemanes y
australianos”. Son turistas con otro perfil, cansados de un turismo de lujo sin
emociones, y que llegan para descubrir paisajes macondianos, como Caño Sabana,
un riachuelo de colores que atraviesa una parte de la Ruta de Orión, en la que
ahora nos encontramos luego de una larga charla.
Para llegar allí
hay que atravesar una especie de sabana seca, con plantas xerofíticas, capaces
de sobrevivir en un medio seco, y pirófitas, que se prenden en fuego solas,
como la vellozia.
Caño Sabana. |
Santiago
Morales, el guía que nos ha hecho el acompañamiento en campo, se detiene en la
orilla del caño cuyas aguas cristalinas brotan del suelo en nacimientos para
luego llenar de magia el paradisiaco riachuelo. Es la versión en miniatura de
Caño Cristales, en La Macarena (Meta), pero con una belleza exótica en
concentración.
“A estas les
dicen algas, pero en realidad son plantas, tienen raíz y tallo. El color rosado
protege la planta del sol, y por lo general en sombra se ven verdes, entre
sombra y sol, amarillas. Hay puntos donde son rosadas o blancas, lo que le da
el color al agua”, agrega.
Aquella planta
acuática señalada por el guía lleva el nombre de Macarenia clavigera y es la misma que crece en las aguas de Caño
Cristales. De ahí la breve similitud con este ecosistema.
El recorrido
continúa hacia Trankilandia, una finca por la que pasa Caño Sabana, ya sin el
colorido de las plantas, pero con la misma transparencia de sus aguas y con
pequeñas caídas de agua, puente colgante, servicio de camping y restaurante. El
nombre del sitio nada tiene que ver con el mayor complejo de producción de
cocaína que tuvo el narcotraficante colombiano Pablo Escobar. Por el contrario,
el lugar fue bautizado así por la tranquilidad en la que viven sus moradores,
ahora dedicados al turismo comunitario.
A unos 500
metros del lugar se estacionan los vehículos. Precisamente allí nos espera la
camioneta en la que nos transportarán rumbo a la Laguna Negra de la vereda
Playa Güio. Son unos 15 minutos de recorrido.
Álvaro Callejas
nació hace 63 años en Caquetá, pero llegó a la zona hace más de 40 años. Él
también se convirtió en prestador de servicio turístico. Su finca Galicia, en
la que por lo general almuerzan los turistas, está a la orilla de un caño que
vierte sus aguas a la Laguna Negra. El nombre de la reserva hídrica obedece a
su color, producto de la sedimentación y la descomposición de las hojas
selváticas que terminan en el fondo. El ecosistema es amazónico, de selva
tupida en la que habitan tres diferentes especies de primates (churuco,
araguato y tití), babillas, varias especies de aves, en las que predominan la
pava hedionda y el martín pescador, y hasta anacondas, con las cuales no
tuvimos la suerte de toparnos o, por el contrario, nos sobró, dirían los más
temerosos. El recorrido se hace en canoa sin motor, con capacidad para 10
personas, y don Álvaro es el paleador de la punta del bote.
Son
aproximadamente 80 hectáreas de espejos de agua y al otro lado de la laguna se
ve un colegio abandonado, cuya playa se ha convertido en parada obligada para
que los turistas se bañen en sus aguas. Mientras encalla la canoa, don Álvaro
recuerda que el terreno en el que nos encontramos fue donado hace 30 años a la
junta de acción comunal de la vereda Laguna Negra, que desapareció años más
tarde junto con el colegio. Sus habitantes se fueron yendo a la capital y hoy
son pocas las familias que siguen en la zona.
Álvaro Callejas. Al fondo, la laguna negra. |
— ¿Entonces, qué
le pediría al gobierno?, le pregunto.
—Yo les diría
que así como hablan de turismo también se acuerden de las vías, porque para que
el turista llegue se requiere de una vía buena, transitable.
El viejo toma el
remo y empieza la travesía de regreso. Al fondo, un mítico cazador se oculta
detrás de un mágico atardecer guaviarense para sorprendernos, más tarde, al
caer la noche, con su brillante cinturón detrás de la Puerta de Orión.
Andrés
Molano Téllez
Director
Agenda Hoy
*Por
invitación de Geotours del Guaviare
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