Así fue la pelea entre José Eustasio Rivera y el director de Eco de Oriente
Agosto 3 de 2019
José Eustasio Rivera, autor de La Vorágine, fue suscriptor de Eco de Oriente, uno de los primeros periódicos de Villavicencio, y en 1919 dejó notar su enojo por la irregularidad con la cual venía recibiendo los ejemplares de su suscripción.
Rivera estaba radicado en Orocué, en Casanare, municipio al que llegó contratado como abogado para sacar adelante un pleito por la venta de la hacienda Mata Palo. Mientras ejercía su labor, se dedicó también a escribir gran parte de la que sería su obra cumbre.
El 19 de abril de 1919, Rivera dirigió una carta al padre Mauricio Dieres Monplaisier, director del Eco de Oriente en Villavicencio. En ella aseguró que no había recibido desde hacía varios meses su suscripción, la cual tendría que haber llegado a su casa en Orocué, pero días más tarde la respuesta que obtiene es que la culpable había sido la empresa de correos de Orocué y empieza un intercambio de cartas para aclarar el asunto.
La seguidilla de cartas inició con el reclamo que hace el director de Eco de Oriente a la empresa de correos de Orocué el 16 de enero de 1919:
“Administración general de correos
“Con el debido respeto, la dirección de Eco de Oriente hace saber al Señor Admr. General de Correos, que, de OROCUÉ le han llegado apremiantes quejas respecto a la irregularidad con que se remite nuestra publicación a los suscriptores, quienes han dejado de recibirla multitud de veces.
“Sabemos por otra parte que el año pasado, ni siquiera se hacía correctamente el despacho de los asuntos oficiales; no es de extrañar pues, el que se traspapelen unos cuantos periódicos.
“A ese respecto constatamos que el progreso no quiere establecer su asiento en aquella oficina ya que, hace diez años, tuvimos ocasión de salvar de la polilla, y llevar personalmente a Bogotá, unos documentos que enviados del Vichada no habían sido movidos del polvo y abandono en que yacían, en los seis meses que tenían de haber sido recibidos por el Sr. Admor Subalterno”.
Después de haber leído la misiva, la administración de la empresa de correos de Orocué, en cabeza de Luis Quintero, exige el 10 de marzo de 1919 una rectificación, afirmando que son falsos los señalamientos:
“De conformidad con la Ley de Prensa y como rectificación a lo que apareció en el número 271 de su periódico, correspondiente al 16 de enero, manifiesto a Ud.
“No es verdad que haya dejado de entregarse o demorarse a los suscriptores, o a quienes en este lugar se les remite dicho periódico, como así lo certifican todos los documentos que a esa Admon envié.
José Eustasio Rivera, al darse cuenta de la discusión, decide escribir al periódico:
“En mi carta de 10 de diciembre (de 1918) último pedí a S.R. se sirviera disponer lo conveniente para que el periódico me llegara con regularidad, pues pasaron meses enteros en que no lo veía. En manera alguna envuelve esta petición un cargo contra la Administración de Correos de Orocué, ya que no es la única oficina de tránsito ni tiene el monopolio de las irregularidades; mi reclamo fue dirigido exclusivamente a la oficina de la administración del periódico, no porque me conste que allí haya deficiencia en el servicio, sino porque ella es la obligada de ponerme en el goce de la suscripción que pago y le incumbe descubrir y remediar cuanto se oponga al cumplimiento del compromiso que tiene para con los suscriptores. Si yo hubiera tenido comprobantes para aclarar estas cosas a la oficina de Correos de aquí o a la de cualquier otra parte, habría dirigido mi queja —como es obvio— a la Admr. General del Ramo y no a S.R.
“Ho hay pues inconsecuencia entre lo que reclamé de S.R. como a jefe de una respetable empresa particular y lo que certifico en favor de esta Admon. De Correos. De dicha oficina he recibido el periódico y lo sigo recibiendo correctamente cuando me llega, y hacerlo llegar es lo que he pedido a S.R. —En los meses de Abril y Mayo de 1918 no me venía, y eso me consta porque yo presenciaba casi siempre —como presencio ahora— en la oficina de Correos la apertura de los paquetes y la entrega inmediata de la publicación a otros abonados, lo que me hizo pensar en ese tiempo que no se me tenía como a suscriptor, duda que desapareció después, cuando empecé a recibirlo y cuando a fines del año hube de pagar la cuenta por todo el lapso trascurrido desde mi llegada a Orocué. Como verá S.R. di por recibido “El Eco” sin hacer salvedad ninguna ni en el pago ni en el certificado expedido al Sr. Quintero, y sin sospechar jamás que esta galantería a que me obligaba en favor de la empresa la consideración que debo a S.R. pudiera originar esta suerte de aclaraciones.
“Rogándole publicar en el periódico esta carta y pasarme por ello la cuenta, me suscribo de S.R. como respetuoso estimador”.
En los archivos de Eco de Oriente también quedó constancia de que el autor de La Vorágine no solo fue suscriptor del periódico, sino cliente de la tipografía San José, en Villavicencio. Se conoce que pagaba por avisos publicitarios que hacía distribuir en Villavicencio y Orocué.
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