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El hombre que vive con las abejas

Su casa es un apiario

Abril 29 de 2019

José Peña, de 20 años, se dedica a la crianza de abejas y sueña con transformar su trabajo apícola en una experiencia turística.



El hogar de José Luis Peña zumba. Inofensivas abejas entran y salen de colmenas construidas en cajas de madera que el joven, de 20 años, instaló en el solar y en el patio de su casa en el municipio de Cumaral (Meta). Se dedica a la melipocultura, crianza de abejas meliponas o sin aguijón.



En el antejardín también instaló una trampa de abejas. Es una botella de plástico impregnada con cera, alcohol diluido, polen y miel, con la que dice atraer a las meliponas. Ingresan por la boca del envase y terminan anidando en su interior. A los dos meses las traslada a las cajas, en las que pueden caber unas 300 abejas.

En esta casa en Cumaral el joven se dedica a la crianza de abejas meliponas.


En el patio tiene algunas plantas aromáticas para que las abejas polinicen y habilitó un taller artesanal con sierra eléctrica, martillo, puntillas, cinta y varios trozos de madera con los que arma las cajas, cada una de cuatro divisiones: base, nido, sobrenido y alza melaria (espacio en el cual se acumula la miel). De las cerchas del tejado cuelgan dos colmenas de abeja angelita (Tetragonisca angustula), una especie de alta capacidad de polinización de cultivos y productora de miel, propóleo, jalea real y cera de alta calidad, que también extrae para consumo y uso medicinal.

Su proyecto lo bautizó como Melipocumare. Meli, por el tipo de especie que cultiva, y cumare, por la planta que le dio el nombre a su municipio. Sin embargo, su sueño no es vivir de la comercialización de los productos, sino incursionar en el turismo y ofrecerles a los visitantes una experiencia, que conozcan todo el proceso de reproducción, las características de comportamiento social de los insectos, la diferenciación de castas (reina, obreras y zánganos) y que se enamoren de las abejas, como él lo hizo desde hace un tiempo atrás.

Colmena artesanal.


“El amor que siento por las abejas se dio gracias a mi papá”, dice con orgullo. Recuerda aquel día que lo vio entrar a casa con un pedazo de guadua forrada en plástico y en cuyo interior se escondía una colonia de abejas angelitas.

“Desde ahí me dio la curiosidad y mi papá me fue explicando lo que sabía. Más adelante empecé a traer las mías. Las encontraba en bloques de construcción, en guaduas, iba al monte o las rescataba de casas que iban a destruir”, recuerda, así como cuando hizo lo mismo el día que tumbaron el coliseo de su pueblo, de donde rescató unas cuatro especies.

José Luis Peña habilitó un taller en el patio de su casa y fabrica allí los nidos.


Los conocimientos adquiridos han sido logrados de manera autodidacta, a través de documentales y programas de televisión. “Mucho de lo que sé lo he aprendido en TV Agro, en conferencias e hice un curso en el Sena”, aclara el joven, quien hace unas semanas ingresó al programa de Ingeniería Agroecológica de la Corporación Universitaria Minuto de Dios, en Villavicencio.

Pero además de dedicarse a la melipocultura, también trabaja desde hace cuatro meses con abejas africanizadas, bastante agresivas cuando se sienten en amenaza, razón por la cual tuvo que adquirir algunos trajes de protección. A diferencia de las angelitas, que entran y salen de su casa, las colmenas de las abejas africanas están a unos diez minutos de allí, en la Finca El Silencio.



“Aquí, en la finca, tenemos un proyecto de restaurar poco a poco el ecosistema, del que las abejas hacen parte. Ellas nos ayudan a polinizar las plantas nativas y de cultivo, las abejas están en peligro por la cantidad de pesticidas, aquí no se utilizan, somos los más ecológicos posible”, asegura Felipe Osorio, uno de los administradores de la finca y quien le abrió las puertas para trabajar en ese sitio la apicultura.

El trabajo del apicultor también hizo eco en el restaurante La Cachama, en Cumaral, donde trabaja como mesero y ayudante de cocina. Hacia allá trasladaron una colmena de angelitas que ahora se encarga de polinizar las plantas que cultivan en la huerta del restaurante. Las hierbas y los vegetales cosechados son para el consumo de los comensales. Los visitantes viven esa experiencia, en la que además de conocer la importancia de la abejas, hacen un recorrido por el proceso de preparación de los alimentos y de algunas técnicas artesanales de cocina.

Abejas africanas.


Una de sus metas es integrar la experiencia apícola a un proyecto turístico que empieza a conformarse a través de la asociación Eco Rutas de Cumaral, la cual está en proceso de constitución. Se vincularán, en principio, ocho empresas de jóvenes: Posada San Isidro, Aguadulce Ecoturismo, Melipocumare, Restaurante La Cachama, A mecatear, Chucula, Café Miralindo y Mirador Llano Campestre, las cuales ofrecerán una ruta o pasadía que integre experiencias únicas, en un municipio rico en biodiversidad, como Cumaral, a tan solo 24 kilómetros de Villavicencio.





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